Estamos a 20 de abril del 2021, se vislumbra un rayo de luz después de todo un periodo de inmensa oscuridad. Las vacunas llegan a cuentagotas y con mucha incertidumbre entre la población. El gobierno cambia constantemente de marca de laboratorio y rango de edad, eso crea una inseguridad ante la eficacia de la vacuna y sus efectos adversos. Aparecen multitud de opiniones, aquellos que se niegan a vacunarse debido a los miedos infundados, por lo que llegan a la conclusión de que será peor el remedio que la enfermedad o aquellos que esperan ansiosos la llamada para concretar día y hora para la inyección del “elixir”. Nuestros mayores, casi al 80% son partidarios de ponerse la vacuna, ya que les permitirá volverse a reunir con sus nietos, hijos, familiares, amigos… Recuperar su estilo de vida, acudir a los centros de mayores a realizar aquellas actividades que les permiten su mantenimiento cognitivo, físico, psicológico y social. Hablamos de un 95% de mayores que se encuentran enclaustrados en sus domicilios, en pisos reducidos, en situación de soledad, debido a la pérdida del cónyuge y con el terror de contagiarse por COVID-19, con el riesgo que supone por su avanzada edad y sus correspondientes patologías asociadas al envejecimiento. Con el agravante de suponer una carga para sus familiares que supone un lastre emocional para nuestros mayores. Por estos motivos esta población está supeditada al miedo reciproco propio y de familiares de no suponer una carga, disminuir la calidad de vida o en los casos más graves su propio fallecimiento. Por lo que nos encontramos en múltiples situaciones, en los que son los propios hijos los que prohíben expresamente a nuestros mayores, a acudir a los centros destinados a promover el envejecimiento activo. Muchos de ellos tienen su misma opinión y algunos se ven abocados a obedecer por los miedos infundados de sus propios familiares. Lógicamente es una decisión muy complicada, se ponen en juego factores impredecibles, tenemos las dos caras de la moneda, aquellos que abandonen sus actividades podrán estar jugándose la pérdida funcional en sus actividades básicas de la vida diaria, ya sea por deterioro cognitivo, físico y social, pero en contrapartida estarán menos expuestos al virus. No podrán contar con riesgo 0, si podrán disminuir su porcentaje, aunque de sobra es conocido como personas que no han salido de sus domicilios han sido contagiados por sus propios cuidadores.

Con la segunda dosis, muchos de nuestros mayores se animan a retomar sus actividades diarias y se sienten con más arrojo para superar este revés que ha alterado nuestro modelo de vida. Ha transformado radicalmente nuestra manera de relacionarnos se ha cambiado lo físico por lo digital, los besos por los emoticonos, las reuniones por las videoconferencias… Tenemos la esperanza que sea un bache en el camino y podamos recuperar el aliento en aquellos momentos cotidianos, sencillos, como por ejemplo respirar aire puro, besarnos, abrazarnos o simplemente relacionarnos en nuestro estado más puro.