Jamás imaginé cumplir mis 33 años sumida en este caos mundial. Pero aquí estoy, un 30 de marzo, con un nudo en el estómago y el corazón en un puño.

Por un momento voy a trasladarme a una realidad paralela, cómo sería el día de mi cumpleaños sin el temido Covid19. Me levantaría con la ilusión de compartir este día con parte de mi familia, la del Centro de Día San Antonio. A las 9:30 abriría el hogar y a partir de ahí empezaría a llenarse de socios. Según fueran llegando me felicitarían y realizaríamos gimnasia de mantenimiento, taller de memoria y pilates. Como en todos los cumpleaños, la hora de quedada son las 17:00. Sara colocaría a todos los socios y voluntarios en un círculo e iría a por mí, me llevaría hacia ellos con los ojos tapados. Una vez en el centro del meollo, me cantarían todos “feliz cumpleaños y es una chica excelente”. Estoy convencida de que se me pondrían los pelos de punta y me emocionaría como cada año. Yo siempre digo que tengo 137 abuelas, en femenino porque ganan por goleada, sólo tenemos 8 hombres, benditos ellos entre tantas mujeres. Luego pasaríamos a la correspondiente merienda, un poco de salado, dulce y para terminar soplaría mis 33 primaveras en la tarta. En todos los eventos, no puede faltar el baile para cerrar el fin de fiesta. Todos a mover el esqueleto en la pista a ritmo de pasodobles, merengues, sevillanas, rumbas, rock and roll y demás estilos musicales. A la salida del trabajo me reuniría con mi familia para cenar y terminaría de celebrar este día. Ese hubiese sido mi cumpleaños  perfecto.

Volviendo a la realidad, cuando finalice la cuarentena y estemos fuera de peligro… haremos una gran fiesta de bienvenida, tenemos muchas cosas que celebrar; nuestra vuelta al centro, mi cumpleaños junto con el de otros socios y, por supuesto, nuestro concurso de torrijas. Recordaremos con cariño y ternura a los que ya no están, en especial, en este día, a un socio que cumplía los años en el mismo día que yo. J.A,  no me olvido de ti, cierro los ojos y te veo con las manos cruzadas por detrás, con esa cara de bonachón, recuerdo todos los momentos que pasamos juntos. En especial, cuando te cogía para bailar pasodobles, “Qué bien se te daba”. Tengo  que dar gracias a Dios por haberme encontrado contigo y con el resto de tu familia, los adoro y quiero muchísimo.

Tengo que elogiar a nuestros mayores, me han telefoneado en este día tan especial, a pesar de todo lo que estamos viviendo. Algunos me contaban cómo miraban el calendario todos los días, así no corrían el riesgo de  olvidarse en el día en el que estaban, encerrados es más fácil perder la noción del tiempo. Habéis hecho que me sintiera acogida en este día tan agridulce, gracias a todos, no he podido sentir el calor de vuestros besos y abrazos pero sí que todo San Antonio estaba conmigo mentalmente.