Una de las palabras que van ligada al envejecimiento es por desgracia, la soledad, tan temida para muchos y tan deseada por pocos. Hay disparidad de opiniones referente a este término, porque no es lo mismo sentirse solo, que estar solo. Centrémonos en la soledad de los mayores, podemos distinguir dos variantes, aquellos que son solteros y que han decidido vivir su vida sin pareja, a veces por decisión propia o por no haber tenido la suerte de encontrar su media naranja o aquellos que así desearon caminar por la vida acompañados de esa persona especial. Aunque habría que matizar, desgraciadamente no todos los matrimonios son iguales, congenian o están juntos por los mismos motivos, aunque esto es un caso aparte que ahora no trataremos. Estos matices son importantes porque de esto dependerá como vivan su soledad, no es ni mejor ni peor, simplemente diferente. Aquellos matrimonios que llevaban casi una vida juntos han vivido su primer beso, su noviazgo, la boda, su primer viaje, el nacimiento de sus hijos… y han superado adversidades juntos de la mejor manera posible. Cuando desgraciadamente uno de los dos fallece, el otro queda sumido en un profundo duelo, es verdad que son más mujeres las que se quedan viudas y que por ello la proporción de estas en el centro es tan elevada, ya que solo contamos con 5 hombres. Nadie está lo suficientemente preparado para quedarse sin su mujer o su marido, sobre todo al principio de la pérdida, relatan como ven a su pareja en todas partes, pasean por un escaparate y se dicen: “Mira esto le gustaría a Marta, Petra, Jesús, Manolo, María…” como abren los armarios y los ven repletos de su ropa y comentan: “Esto se lo puso poco, este chaquetón era su preferido, como voy a tirar toda su ropa…” se aferran a los recuerdos porque piensan que así se sentirán más cerca de su seres queridos. Es una congoja encontrarte en estos casos con tanto dolor, sufrimiento y escuchando sus palabras: “¿Por qué se habrá muerto?, hubiera preferido hacerlo yo antes” tienes que hacer de tripas corazón y sacar el poco aliento que te queda después de ver su cara desencajada y sus lágrimas en los ojos. Decirles que todo es un proceso y que poco a poco recuperarán las ganas de salir adelante y se volverán a ilusionar con la vida. Por esto nuestra labor es de vital importancia, acompañamos a los mayores en situaciones muy delicadas, en la enfermedad de un cónyuge sobre todo cuando se cronifica, el paciente no mejora y se amplía su agonía. Cuando sus propios hijos se separan de sus parejas, con el agravante que tienen niños en común y son víctimas del abuso constante por parte de los hijos que estiran de los abuelos y les arrebatan su propia libertad. No nos olvidemos de aquellos solteros que eligen no tener una relación sentimental, pero sí tienen unos vínculos afectivos muy fuertes con sus amigos y con el barrio donde residen, pero según pasan los años estos lazos de unión se pierden por fallecimiento y la persona queda sumida en una soledad no deseada, porque en muchas ocasiones relatan: “Todos mis amigos han muerto, me he quedado solo”. Por eso los centros de mayores son tan importantes, porque permiten conocer gente nueva con la que poder compartir actividades, vivir experiencias en grupo, donde se conoce personas que están viviendo la misma realidad que tú y así crear nuevos lazos afectivos. Nuestra labor como profesionales es evitar su soledad en nuestros mayores y que sientan un abandono completo. Deben de percibir el calor de nuestra sociedad, sentirse acompañados en su camino y fomentar que todos ellos tengan un bastón donde poder apoyarse en los momentos que más lo necesiten, porque no nos olvidemos que todos alguna vez pasaremos por esta etapa de la vida y nos gustará sentirnos parte de una comunidad, una familia, un barrio…
Arián Gómez