Testimonio de la hija de Antonio

Hay momentos que la vida te empieza a avisar que no es de color de rosa, como alguien me ha enseñado desde muy pequeña. En mi caso, he podido experimentar esta realidad con la enfermedad de mi padre, una enfermedad degenerativa que ha ido poco a poco medrando su persona, su cerebro y sus valores…

Pero como se suele decir cuando una puerta se cierra, una ventana se abre y para mí esa ventana fue el Centro de Día San Antonio, fue ese flotador donde aferrarse cuando ves que las cosas se ponen un pelín difíciles.

Fue difícil conseguir que mi padre acudiera allí, ya que desde fuera, la valoración que hacía era que a esos sitios se va para jugar a las cartas y en muchos casos a buscar “ligue”, ambas cosas que a el por su forma de ser no le apetecían lo más mínimo. Pero un buen día decidió ir a probar, y ¡allí se quedó!, no faltaba nunca, volvió a sentirse útil,  se interrelacionaba nuevamente, ya que debido a su enfermedad se autoexcluía de conversaciones y relaciones. Era feliz asistiendo a sus clases de memoria, gimnasia y sobre todo a sus fichas de operaciones matemáticas, que es en lo que ha destacado siempre en su vida. Se atrevió a participar en actividades de teatro, a disfrazarse, a intervenir en demostraciones del trabajo con caninos, a ir al cine, a museos… cosas que no habíamos conseguido su familia en muchos años.

Tan pronto le veías ayudando a poner una mesa, como decorando un mueble con naipes, o simplemente escuchando hablar a otros, de pie con sus manos en la espalda.

No pasaba ni un día que no asistiera al centro, media hora antes de tener que ir ya estaba listo en casa, mirando el reloj. Así, hasta que poco a poco tuvo que ir dejando de hacer algunas cosas, ya que sus facultades cognitvas ya no le permitían para poder llevarlas a cabo, y finalmente teniendo que dejar el centro por este mismo motivo.

Para mi familia, el centro de día fue la opción, para poder disfrutar de él el resto del día, un respiro para mi madre, que en el tiempo que estaba allí, podía realizar algunas tareas domésticas que de otra manera era imposible, sabiendo en todo momento donde estaba, lo bien tratado y querido que era. Yo por mi parte solo puedo decir GRACIAS, gracias a Sara y Arián por su cariño, respeto, amabilidad, con que han tratado a mi padre cada día. GRACIAS por conseguir que nuestros mayores tengan ganas de aprender y seguir adelante. GRACIAS por tantas y tantas sonrisas y buenas palabras. GRACIAS por su tiempo y dedicación, buscando siempre actividades atractivas, experiencias gratificantes, al fin al cabo en muchos casos dando ese cariño que algunos mayores no tienen en sus casas. GRACIAS por facilitar casi un segundo hogar, a personas que viven solas, y que al menos unas horas vuelvan a tener esa mirada viva de sentirse útiles y con un sitio en esta sociedad.

A día de hoy sigo pasando algunos ratos por allí, junto a mis hijas a veces, y siempre estaré disponible para poder echar una mano.

Paloma Ramos