Autor:
Xabier Parra, director de SERCADE

Sinópsis:
SERCADE trabaja en diferentes programas de atención a mayores. En todos ellos prevalece una visión positiva de la relación de ayuda y la convicción de que la atención a los mayores es una responsabilidad del Estado pero también de cada individuo

“Dos ancianos duermen en un banco en un parque de Oviedo tras ser desahuciados”

La Voz de Asturias, 25/09/18

“Hallado el cadáver momificado de una anciana muerta en 2014”

El País, 23/04/19

“Los servicios de emergencia municipales (de Sevilla) atienden una media al día de cuatro avisos de ancianos atrapados en sus viviendas”

ABC, 05/08/19

Ejemplos no faltan. Además, no es necesario buscar en los titulares de los medios para encontrar elementos de eso que se ha venido a llamar la “soledad no deseada en la tercera edad”. Cada cual tenemos personas cerca que seguramente la padecen. La soledad, aunque parezca una incongruencia, se siente más en la cercanía, en el contacto.

Hay varios datos que nos hacen pensar que la lucha contra la soledad no deseada es uno de los retos más importantes de nuestra sociedad. Nos vamos a permitir, antes de llegar a dibujar lo central de esta reflexión, navegar un poco por la estadística y por el argumentario más denso. Podría resultar pesado, pero es indispensable entender la relación de la “soledad mal atendida” con otros tres conceptos: el estado del bienestar, el modelo social y las políticas activas de empleo. Sí, has leído bien, la soledad no deseada no es más que una manera de edulcorar la soledad que no es atendida desde el amparo y la compañía de quienes nos encontramos alrededor de quien está o se siente solo. Estado de bienestar, modelo social y políticas activas de empleo… los tres son elementos comunes de una realidad. Imaginemos que son los tres ingredientes necesarios para elaborar un plato, uno de cuchara, de los que humean en invierno y de los que refrescan en el calor de agosto. Un plato que debiera reconfortar no solamente el apetito sino también el alma.

Primer ingrediente, el estado de bienestar. Es el concepto que se utiliza para hablar del bien común. En nuestro país el bienestar colectivo se ha constituido en una meta fundamental de la sociedad y para poder obtenerlo hemos delegado a la administración pública su competencia, su responsabilidad. Para que el bien llegue a quienes no pueden obtenerlo por sus propios medios se ha creado un sistema de seguridad social que extiende el bienestar a cada ciudadano.

Segundo ingrediente, el sistema de la seguridad social, es el nombre con el que comúnmente nos referimos a las políticas de bienestar, al gasto social, entre las cuales se cuelan las pensiones. Según diversas fuentes si contemplamos el gasto que va dirigido a la tercera edad (sistema de pensiones, atención a la dependencia, etc.) estaríamos hablando del 9,1 % del presupuesto del país, es decir, 106.304 millones de euros en 2017. Estos valores aunque algo más bajos, no quedan muy lejos de la media de la Unión Europea que varía entre el 10 y el 13 %.

Y tercer ingrediente, la financiación de la seguridad social. Para que exista una inversión social tan elevada tiene que haber una forma de obtener ese dinero. En España la seguridad social se financia principalmente a través de las cotizaciones de los trabajadores y empresas. En 2017 por ejemplo los ingresos corrientes de la Tesorería de la Seguridad Social ascendieron a 127.752 millones de euros.

Ahora bien, si el mercado laboral español soporta una tasa de desempleo superior al 13 % (frente al 6 % del conjunto de la Unión Europea) y además mantenemos un modelo de contratación en el que prima la inestabilidad, los contratos de larga duración, salarios bajos, empleo no cualificado, etc. la relación a futuro entre ingresos y gastos se torna complicada.

Además, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, en sus proyecciones de población augura que en los próximos años uno de cada cuatro habitantes tendrá en España más de 65 años. La natalidad ha disminuido progresivamente y el envejecimiento de la población no ha hecho más que aumentar. Eso supone a futuro más personas dependientes. Según los expertos ya estamos rozando los valores límite en la tasa de dependencia y a futuro es más que evidente que nuestra receta tendrá que variar, deberemos cambiar las proporciones de cada ingrediente: o recortaremos en quienes vayan a ser atendidos (o en los servicios que se les provean), o tendremos que incorporar otros ingredientes para aumentar los ingresos. Sea como sea va siendo el momento de que nos planteemos otros modelos de relación con el envejecimiento, con sus necesidades y en concreto con la atención a la soledad no deseada.

¿Y qué piensan los mayores ante todo esto? La lectura sosegada de informes y encuestas ayuda a desmitificar algunas ideas preconcebidas sobre el cuidado en la tercera edad. Los mayores eligen como lugar de preferencia para vivir su propia casa, siendo acompañados por familiares y por cuidadores profesionales. La opción por vivir en las casas de los hijos es escogida en diferentes encuestas solamente por entre un 4 y un 10% de los encuestados. Los mayores tienen miedo a ser una carga, un miedo que se amplifica cuando notan que van perdiendo autonomía. Según datos de este mismo año del INE, siguen siendo las hijas las que principalmente se hacen cargo del cuidado de los mayores, y la cobertura residencial, muy dispar entre comunidades autónomas ronda solamente el 4% de plazas sobre el número de mayores. Algunos expertos indican que este porcentaje se debiera elevar al 12% en los próximos años para cubrir toda la demanda.

Analizando los diferentes modelos de cuidado en Europa sorprende ver que no existen enormes diferencias entre unos países y otros. El cuidado en general depende de las mujeres, el modelo más generalizado en todos los países es el dual en el que la administración ofrece una cierta cobertura, mayor cuanto el envejecimiento y deterioro se agravan, que se complementa con un cuidado no profesional entre familiares (más significativo en los países del sur de Europa pero disminuyendo progresivamente con el paso de los años).

Existen muchos retos en lo macro: mejorar la cobertura del estado de bienestar, asegurar la prestación de los servicios de cuidado (normalmente dependiente de las administraciones locales) incluso en momentos de crisis de financiación (la recaudación suele ser estatal y tienden a retrasar o recortar el trasvase de fondos), considerar las necesidades de los cuidadores no profesionales, y más importante todavía, profesionalizar el sector. La atención a la dependencia es al menos seis veces más eficiente que la gestión sanitaria de los problemas surgidos por la falta de prevención y por el descuido en proveer de una buena red de apoyo a los mayores. El gasto aquí es una inversión social, y además rentable.

Sin embargo, más allá de los retos del sistema, nos interesan aquí los ingredientes que tenemos más a mano y que necesitaremos para sazonar nuestro caldo… aquello que está en las manos de cada individuo, de las organizaciones pequeñas, de los voluntarios que atienden a mayores o de aquellos que podrían hacerlo. ¿Cuál es nuestro papel en todo esto? En SERCADE nos atrevemos a indicar que debemos afrontar un cambio radical. Debemos dignificar el cuidado, considerar el deterioro físico de nuestros mayores como un elemento vital ineludible y asumir un papel responsable. La Fundación La Caixa elaboró hace unos años un documento denominado Primero las personas: cuidar como nos gustaría ser cuidados que recoge en su segundo capítulo algunos buenos consejos o acciones:

  • Debemos facilitar la toma de decisiones “a tiempo” sobre el propio proyecto de vida. Eso ayuda en el mayor a aceptar el cuidado de otros y a asumirlo de manera responsable.
  • Debemos formar en el autocuidado a los mayores, favorecer las relaciones y vínculos con el entorno y proveer de espacios y actividades que frenen el deterioro físico y cognitivo.
  • Debemos exigir que el entorno vital, las ciudades y los pueblos, se desarrollen de manera amigable y protectora con las necesidades de los mayores. Ellos no suelen ser agenda política en la planificación y deben serlo, por derecho y responsabilidad.
  • Debemos promover en la infancia el valor del cuidado ofrecido y recibido. Desarrollar actitudes pacientes y tolerantes ante el deterioro, la reciprocidad en el cuidado, etc. es fundamental para asumir responsabilidades de cuidado.

Por último y sin edulcorar una etapa de la vida que supone pérdidas notables (de relaciones, de facultades personales, etc.) debemos evitar que eso nos lleve a infantilizar al mayor. El respeto a sus decisiones y a la incertidumbre que provocan los legítimos miedos de quien se ve en esa situación nos hará incorporar ternura y dignidad a nuestras relaciones.